Cuando la soledad se convierte en un problema de salud pública

El nombramiento de una ‘ministra de la soledad’ en Reino Unido abre el debate sobre lo que algunos califican ya como ‘epidemia del siglo XXI’

Carlos Rodríguez

Seguramente, a pocos les sonará el nombre de Tracey Crouch. Desde mayo de 2015, forma parte del Gabinete de Theresa May, al frente de la Secretaría de Estado de Deporte y Turismo. Pero, tras la última remodelación del Gobierno británico, Crouch ha asumido una competencia más: desde enero de 2018 es también la ‘ministra de la soledad’, y tiene el cometido de hacer frente a una condición que en Reino Unido ha adquirido proporciones casi epidémicas. En un mundo más interconectado que nunca, el aislamiento y la exclusión social corren el riesgo de convertirse en un problema de salud pública en los países industrializados, con repercusiones importantes sobre la calidad de vida de los individuos. Incluso en nuestro país, la aparente riqueza familiar ha podido estar ocultando hasta ahora una deficiencia crónica en las políticas sociales de atención a las personas mayores. Así lo cree Joaquín Pérez, responsable del Área de Personas Mayores, Capacidades Diferentes y sus Cuidadores de Cruz Roja Española.

Según datos aportados por esta organización, la proporción de personas mayores que viven en soledad, entendida como una de las formas de convivencia en el hogar, alcanza el 32,2 por ciento en Europa, con tendencia a la estabilización y con una diferencia de 16 puntos entre los países con las tasas más y menos elevadas. Pero vivir solo no es lo mismo que sentirse solo. Y precisamente esto último es lo que resulta difícil de medir.

El impacto de la soledad

Esto es precisamente lo que durante un año hizo la Comisión Jo Cox, impulsada en el Parlamento británico en honor de la política del Partido Laborista asesinada en 2016 tras la constitución de esta comisión. Cox había subrayado en su agenda la importancia de la soledad en la sociedad británica. El resultado: que la soledad, entendida como una condición crónica, afecta en Reino Unido al menos a 9 millones de adultos; que el 50 por ciento de las personas con discapacidad pueden ser consideradas población de riesgo; que la soledad crónica, si bien está muy asociada a la discapacidad, a la ansiedad, la depresión, la demencia o las enfermedades cardiovasculares, o a quienes viven solos o pertenecen a minorías étnicas, no es una condición necesariamente vinculada a la población mayor…

Según Cruz Roja Española, la aparente riqueza familiar ha podido estar ocultando una deficiencia crónica en las políticas de atención a las personas mayores

Entre las líneas de este informe aparece resaltada la idea de que, si no se hace nada, la soledad acabará pasando factura al sistema sanitario. La Comisión también se encargó de cubrir este punto a través de encuestas a médicos de Atención Primaria. Sus resultados respaldan el vaticinio para la sostenibilidad del NHS: 3 de cada 4 señalaron que, a diario, entre 1 y 5 personas acuden a una consulta sólo porque se sientes solos; y 1 facultativo de cada 10 indica que el número de pacientes que le visitan a diario por este motivo se sitúa entre los 6 y los 10.

El informe que ha motivado la reestructuración del Gobierno británico es solo la punta de un iceberg que hace tiempo asomaba, y que ha empezado a recabar evidencias de las consecuencias que la soledad puede tener para el individuo, ya sea a nivel físico, psicológico o social. Muchas de ellas ya habían sido recopiladas por Cruz Roja Británica en el informe Atrapados en una burbuja, que entre otras cosas intentó identificar qué factores causa la soledad y cómo se puede convertir en una condición crónica.

La evidencia recabada hasta la fecha sugiere, por ejemplo, que la sensación de soledad o exclusión social puede ser tan perjudicial para las personas afectadas como vivir con una enfermedad crónica de las características de la diabetes tipo 2; o tener consecuencias en salud similares a fumarse 15 cigarrillos diarios. Otros estudios señalan que incrementa el riesgo de hipertensión y que puede contribuir al desarrollo de enfermedades cardiovasculares. Otros más apuntan a que la soledad hace a quienes la sufren personas más propensas a la depresión o que puede ser un factor que incremente la morbilidad y la mortalidad.

La situación en España

En España viven en soledad, según los datos facilitados por Cruz Roja, el 24,1 por ciento de los mayores. Este organismo atiende anualmente a unas 750.000 personas. De ellas, el 26,1 por ciento (unas 196.000) viven solas, y “muchas de ellas”, estima su responsable del Área de Personas Mayores, Capacidades Diferentes y sus Cuidadores, “viven en sentimiento de soledad”. Estas personas suelen experimentar situaciones de desafiliación social, relacional y económica. Es decir, el motivo por el que acuden a Cruz Roja no suele ser la soledad, sin embargo, la soledad no deseada es una problemática que subyace a muchas de las vivencias.

Los datos no alcanzan la magnitud de Reino Unido, pero sí son suficientes para dar la voz de alarma. Este experto alerta de un problema “importante” que podría agravarse en el futuro, ya que, frente a la tendencia a la estabilización señalada para la media europea, en España las previsiones de Cruz Roja apuntan a que aumentará con el tiempo.

Los datos en España no alcanzan la magnitud de Reino Unido, pero sí son suficientes para dar la voz de alarma

Nuestro país no se encuentra solo en esta tesitura. Se apunta un patrón geográfico en la distribución de la forma de convivencia. Por una parte, están los países mediterráneos (España, Portugal, Grecia e Italia) con proporciones más bajas, pero crecientes en los últimos años, de personas que viven solas. Por otra, están los países nórdicos (Dinamarca, Finlandia y Suecia) donde la soledad es mayor, aunque en retroceso. Estas diferencias, comenta Joaquín Pérez, “son resultado posiblemente de historias de descenso de la mortalidad y rupturas familiares diferentes, que han dado lugar a familias más simples (soledad, vida en pareja sola) en estos últimos, o familias más complejas en aquéllos”.

La menor soledad de hombres y mujeres de edad en España respecto a sus homólogos europeos puede estar indicando unas más estrechas redes familiares y sociales, que facilitan otras formas de convivencia que evitan la soledad (una persona mayor, un mayor con hijas o hijos u otros familiares, u otras personas), o convivencia en pareja (sola o pareja con otras personas), formas en la que España supera la media europea. Pero esta situación bien podría, al menos en parte, ser un espejismo. Desde Cruz Roja comentan que esta menor proporción “también podría estar indicando una inadaptación de la vivienda a la vida en soledad, o escasez de recursos económicos o de conocimientos para acondicionarla, o una insuficiencia de servicios comunitarios que favorecieran la autonomía del individuo en soledad”.

Todo ello no sólo tiene un elevado coste en unos servicios sociales y sanitarios ya de por sí sobrecargados, sino que también arroja consecuencias negativas sobre la comunidad —las personas afectadas se retiran de su entorno, no contribuyen y reducen su implicación— y sobre la sociedad en general —se reduce la productividad en el trabajo y aumentan los días de baja por enfermedad—.

Atentos a las señales

Evitar una progresión del problema pasa, inevitablemente, por estar atento a las señales e iniciar acciones de carácter muy preventivo para que la incidencia de la soledad sea menor. Muchas veces, dichas señales se producen de forma interconectada, abarcando las esferas psicológica, biológica y conductual. Los expertos hablan de aumento de enfermedades; empeoramiento de síntomas; insomnio; problemas de alimentación; crisis de identidad; baja energía; estrés; ansiedad; falta de bienestar emocional o hipervigilancia, pero también de ausencia de planes; de disminución de las habilidades sociales; desimplicación; autoaislamiento; bajo rendimiento; reducción del ejercicio físico y de los hábitos de autocuidado e higiene; disminución de la confianza en uno mismo; negatividad; debilitamiento de las habilidades de afrontamiento o  intentos de suicidio.

Las medidas a adoptar requieren trajes a medida, pero la responsabilidad no es sólo de las administraciones. Al tratarse de un problema social y de salud, mejorar la calidad de vida de las personas afectadas requiere un abordaje conjunto entre las administraciones públicas y las entidades que trabajan con las personas que se encuentran en esta situación. Cruz Roja aboga por intervenciones individualizadas y continuadas en el tiempo, desde el entorno próximo, trabajando ámbito local pero también en el lugar de residencia (domicilio, hospital, residencia…) de la persona usuaria, así como en espacios públicos siempre que sea preciso, fomentando siempre la participación y protagonismo de la persona a nivel comunitario, teniendo en cuenta sus fortalezas, debilidades y circunstancias particulares.