José María Castellano: “Los propios cardiólogos no nos creemos que la mitad de nuestros pacientes dejen de hacernos caso a los seis meses”

El coordinador de Investigaciones Clínicas del CNIC pide invertir en estrategias que mejoren la adherencia en prevención secundaria de la enfermedad cardiovascular

Carlos Rodríguez

La complejidad y el número de dosis del paciente son una de las mayores barreras para la buena adherencia a los tratamientos. En el contexto de la enfermedad cardiovascular en prevención secundaria se ha demostrado que es así. A pesar de que los pacientes adherentes tienen un 30 por ciento menos de eventos, la mitad de quienes se infartan abandonan el tratamiento a los seis meses, un concepto que los facultativos todavía tienen que asumir e interiorizar, según José María Castellano, coordinador de Investigaciones Clínicas del Centro Nacional de Investigaciones Cardiovasculares.

Si me preguntáis cuál es una de las barreras a la utilización global de la polipíldora, es porque los propios médicos no nos creemos que la mitad de los pacientes dejen de hacernos caso a los seis meses”, aseguró este experto durante las VI Jornadas Nacionales de la Adherencia al Tratamiento. Castellano aprovecho su paso por este foro para dar una nota de alarma sobre el problema que subyace en este tipo de pacientes y la necesidad de invertir en estrategias que mejoren su nivel adherencia.

Hablar de adherencia del paciente cardiaco implica hablar de patologías asintomáticas, indoloras y de una medicación sin beneficio inmediato. A ello se suma que un infarto agudo de miocardio es una de las pocas situaciones en Medicina que hacen que una persona que no tomaba ningún fármaco reciba el alta con siete pastillas, cinco de las cuales serán de por vida. “Es decir, se da la situación perfecta para ver los datos de no adherencia, que también están por debajo del 50 por ciento”, apuntó Castellano.

Un problema de implementación

Esto fue lo que hace 15 años motivó al cardiólogo Valentín Fuster a proponer una polipíldora cardiovascular para poder frenar el ascenso en la mortalidad y morbilidad global de enfermedad cardiovascular, como se hizo en su momento en la lucha contra el sida…

Se trata de un fármaco aprobado en 50 países, que es fruto de la colaboración público privada entre el Centro Nacional de Investigaciones Cardiovasculares y el Grupo Ferrer, que favorece la accesibilidad al tratamiento, que es coste-eficaz y que mejora el control de los factores de riesgo y la adherencia. Pacientes que toman una polipíldora tienen un 60 por ciento de probabilidades más de ser completamente adherentes que aquellos que toman el tratamiento por separado; y en el caso concreto de la polipíldora cardiovascular, se ha demostrado que mejora la adherencia de los pacientes en un 30 por ciento.

Pese a todo ello, este avance ejemplifica el que es para Castellano el verdadero problema de la adherencia en estas patologías: no se trata de que no haya tratamientos eficaces, sino de un problema de implementación. “A diferencia de lo que pasó con el VIH, en Cardiología se nos está pidiendo que las tres pastillas, que por separado han demostrado eficacia en la prevención secundaria en enfermedad cardiovascular, también lo demuestren juntas. Esto no se hizo con la polipíldora antirretroviral y está pasando, no por cuestiones de regulación, pero sí por cuestiones de implementación”, explicó.

Otros datos apoyan, a juicio de este experto, la necesidad de avanzar en las estrategias que mejoran la adherencia al tratamiento cardiovascular. Es una enfermedad que tiene impacto clínico, estimado en unos 300.000 millones de dólares en Estados Unidos. “Es un despilfarro que no podemos permitirnos mantener por mayor tiempo, y que va a ser de mayor envergadura por el envejecimiento de la población”, concluyó Castellano.