Ejercicio físico y enfermedades crónicas: “más y mejor”

La opinión del doctor Juan A. Corbalán, director de la Unidad de Salud Deportiva de Vithas Internacional

En los países desarrollados la realidad social desde la segunda mitad del siglo XX y durante el siglo XXI está marcada por una serie de elementos altamente relacionados con la salud y la búsqueda de la calidad de vida, entendida casi como un derecho. Esta realidad se conforma por tres hechos fundamentales: vivimos más, la sociedad se hace mayor y la enfermedad crónica es inexorable.

Hace no muchos años, antes del descubrimiento de los antibióticos y de la puesta en práctica de la cirugía, las enfermedades eran fundamentalmente agudas. Habitualmente te mataban, si no era así dejaban suficientes secuelas para comprometer la vida futura y para impedir procrear. Hoy estas premisas han cambiado. El desarrollo tecnológico en el diagnóstico y tratamiento de las enfermedades ha convertido muchas patologías mortales y enfermedades agudas en enfermedades crónicas, y estas se han hecho compatibles con un proceso biológico casi compatible con la normalidad.

El gran reto de la medicina del futuro estará en combatir los efectos secundarios de esto que llamamos ‘era del bienestar’, definida por sociedades de mayores, con patologías crónicas mantenidas durante muchos años y con un coste social creciente. En esta situación podemos decir que cualquier enfermedad que aparece tiene muchas posibilidades de convertirse en crónica. Esta situación afecta también al ámbito de las enfermedades mentales como tales, la depresión y los trastornos degenerativos. Las emociones también enferman y eso afecta a la felicidad y una sociedad no puede estar sana si no es feliz.

“El gran reto de la medicina del futuro estará en combatir los efectos secundarios de esto que llamamos ‘era del bienestar'”

¿Tenemos capacidad para curar tanta enfermedad? No. Pero sí tenemos capacidad para paliar o evitar, y eso realmente es lo que hace la medicina. Los antibióticos y las vacunas, así como la cirugía, cambiaron la expectativa de vida de las personas que, allá por los inicios del siglo XX, era de unos 40 años. Hoy podemos llegar más allá de los 80 en el mundo desarrollado gracias a la medicina preventiva, entre otras medidas.

Asumiendo que somos mayores, necesitamos actuar sobre la cantidad de achaques que nos acompañarán con tres máximas como estrategia: 1) la mejor enfermedad es la que no aparece; 2) la mejor medicina es la funcionalidad; 3) la actividad física bien intuida o programada facilita las dos posibilidades anteriores.

La enfermedad y sus secuelas cursan siempre con pérdida de la capacidad funcional. Nuestra independencia física y nuestra capacidad relacional van de la mano y son la clave para tratar la enfermedad crónica. Para ello tenemos que romper un círculo vicioso: Enfermedad – Sedentarismo – Pérdida de capacidad funcional – Pérdida relacional – Más sedentarismo – Más enfermedad.

Pero tenemos algo que nos permita luchar contra esta epidemia de cronicidad. Este tratamiento dura toda la vida y se llama entrenamiento.

¿Quiénes son los enemigos?

La mayoría de las enfermedades que llamamos crónicas las podemos incluir en los siguientes grupos:

  1. Las demencias, las alteraciones neurodegenerativas, la depresión.
  2. Las enfermedades articulares y patologías derivadas de hueso y músculos.
  3. Los problemas cardiovasculares, arteriosclerosis e HTA
  4. Cáncer en sus múltiples escenarios
  5. Alteraciones endocrino-metabólicas.

En todos esos escenarios, la actividad física cumple una tarea pausada pero constante que evita, combate o palía los efectos de cada uno de los mecanismos fisiopatológicos de estos grupos o de cualquiera de sus complicaciones o efectos secundarios de los tratamientos habituales.

Desde mediados del siglo pasado, el Framingham Heart Study pudo relacionar la enfermedad cardiovascular con sus principales factores de riesgo (tabaco, sedentarismo, colesterol, HTA, menopausia) y junto a ellos determinar que la actividad física se comportaba como un eficiente argumento protector equiparable a la acción aislada de algunos fármacos. En el caso de la HTA esto es especialmente importante.

“La actividad física se comportaba como un eficiente argumento protector equiparable a la acción aislada de algunos fármacos”

Otros estudios pudieron confirmar que la actividad física que exigían algunos trabajos u ocupaciones actuaba positivamente sobre la salud cardiovascular. Una mejor función cardiaca, unas mejores condiciones circulatorias de la sangre y una red arterial más sana serían parte de ese beneficio. Más oxígeno para el organismo y para el cerebro y el propio corazón. Y todo el mundo entiende que un músculo con el oxígeno suficiente puede ser más eficaz si entrena.

Las patologías neurológicas derivadas de la edad se relacionan fundamentalmente con un deficiente aporte de oxígeno y nutrientes al cerebro (glucosa) y con un deficiente drenaje de las sustancias de desecho (proteína Tau, sustancia amiloide). Todo ello redunda en una masa neuronal frágil que se destruye, que pierde su capacidad de aprendizaje y degenera. El ejercicio actúa como un potente estímulo que favorece la plasticidad cerebral, más cuanto más compleja.

En este apartado es especialmente importante el elemento relacional. El deporte exige interacción con el medio, pero también con las personas compañeras de juego o que comparten nuestro entrenamiento. La creación de redes de actividad y emociones son un potente antídoto contra la depresión y favorecen la autoestima del paciente.

Las alteraciones endocrino-metabólicas suelen actuar como potentes factores de riesgo de múltiples enfermedades, además de ser especialmente nocivas en sí mismas. Posiblemente sea habitual pensar en la diabetes y las dislipemias como las patologías más relacionadas con este apartado. Tanto en la diabetes tipo 1 como en la 2 la actividad física actúa como un factor contrainsulínico, evitando su producción y liberación y aumentando la sensibilidad a la misma con mejora del índice glucosa/insulina. Todo ello repercute en una mejor utilización de la glucosa por parte del músculo y esta es su principal nutriente para actividades de mínima calidad. Para las dislipemias, el ejercicio actúa mejorando la relación entre el colesterol protector HDL vehiculado por moléculas grandes y el colesterol perjudicial LDL y las moléculas más pequeñas con mayor capacidad aterogénica. Un buen hábito de actividad física puede eliminar muchos de los efectos secundarios de algunos de los fármacos utilizados en el control de las dislipemias.

El cáncer es un lugar especialmente interesante para los efectos del entrenamiento. La inactividad de la propia enfermedad y las técnicas quimio y radioterápicas hacen necesaria la acción anticatabólica que el entrenamiento bien programado supone. A través de él podemos luchar contra la astenia, mejorar la funcionalidad, facilitar la comunicación con los demás y evitar la acción del sedentarismo durante periodos prolongados de tiempo. Cada tipo de cáncer puede beneficiarse de un tipo de deporte para evitar la pérdida de músculo. Se puede mejorar tanto en fuerza y potencia, como en capacidad aeróbica. Diversos trabajos lo han estudiado en mayores y niños.

Aunque prescribir el ejercicio correcto es imprescindible en todos los casos, lo es especialmente en este caso. Los pacientes sobreexpuestos pueden ser perjudicados por un estrés oxidativo no compensado por los lógicos procesos de una recuperación adecuada. Nuestros genes también son sensibles a unas pautas deportivas adecuadas y correctamente programadas.

En el caso de las personas mayores, hablar de enfermedades crónicas y no atender a las articulaciones como un elemento claramente limitador en el proceso de entrenamiento es ver solo la mitad del problema. Nuestras articulaciones pagan un desgaste mecánico por vivir, en muchas ocasiones irreversible sin la oportuna cirugía. También en esos casos podemos encontrar el deporte adecuado para cada caso. Desde la natación a la bicicleta, que eliminan o minimizan el impacto o el trabajo con peso libre o asistido pueden ser una magnífica opción.

“En el caso de las personas mayores, hablar de enfermedades crónicas y no atender a las articulaciones como un elemento claramente limitador en el proceso de entrenamiento es ver solo la mitad del problema”

Merece especial atención las patologías latentes, con o sin comorbilidad, que afectan directamente al sistema músculo-esquelético. El problema de la osteoporosis, sobre todo en la mujer a partir de la menopausia precisa, como condición necesaria, de la actividad física. En este caso debe ser actividad de impacto o estrés óseo que son los mecanismos de estímulo para conservar la masa ósea.

En la actualidad, y afortunadamente, la medicina ha dedicado al músculo el papel que merece en la preservación de la homeostasis y es un apartado de especial importancia por cuanto que la edad es la causa fundamental de la pérdida progresiva de masa muscular. Es especialmente importante hacer saber a la sociedad que, así como caminar es un ejercicio básico para mantener la salud y debe ser la base de cualquier proceso de entrenamiento, la musculación es posible y necesaria para una población que debe ejercitar la fuerza de forma homogénea en todos los grupos musculares, pero con especial interés en la musculatura extensora de extremidades, abdomen y espalda y cintura escapular.

La sarcopenia es una de las enfermedades que se convertirán en epidémicas. Muchas de ellas las hemos repasado pero muchas otras se pueden beneficiar del entrenamiento físico como un elemento coadyuvante de tratamientos convencionales.

Podemos decir que el hábito del entrenamiento como una actividad mantenida en el tiempo es una terapia ideal para la enfermedad crónica propia del presente o el futuro.

La calidad de vida y la felicidad de la población dependerá de grandes políticas sociales y de recursos para ponerlas en marcha, pero siempre serán subsidiarias de que cada uno de nosotros adopte una posición activa y responsable ante el problema.

Una buena alimentación e hidratación, un entrenamiento adaptado a nuestras capacidades, el descanso y unos hábitos de vida que completen el entrenamiento invisible, son y serán la clave de nuestra vida. Entrenar es vivir.