La opinión de Jesús C. Gómez, presidente de la Sociedad Española de Farmacia Familiar y Comunitaria (SEFAC)
A nivel mundial, las enfermedades crónicas han pasado de suponer el 10 por ciento a principios del siglo XX al 90 por ciento en las dos primeras décadas del siglo XXI. Nos encontramos ante un descomunal reto para los sistemas de salud, que solo se puede abordar con eficacia si se apuesta por la coordinación y el trabajo conjunto entre todos los profesionales sanitarios implicados; un proceso en el que la farmacia comunitaria, como centro sanitario más próximo al paciente, ha de jugar un papel fundamental. Países como Estados Unidos, Inglaterra, Escocia o Finlandia así lo han entendido, y han integrado ya a las farmacias comunitarias en el sistema de cuidados de pacientes con patologías crónicas.
En España, al menos nominalmente, tanto a nivel estatal –por medio de la estrategia de abordaje de cronicidad del Ministerio de Sanidad-, como en los planes al respecto de las diferentes Comunidades Autónomas, se aboga por la integración real y efectiva de la farmacia comunitaria en los planes de abordaje de cronicidad. Sin embargo, aún queda un largo trecho por recorrer al respecto. Como no dejamos de insistir al respecto en determinados foros- tanto en nuestras jornadas científicas como en el congreso médico-farmacéutico que organizamos con periodicidad bianual con la Sociedad Española de Médicos de Atención Primaria (SEMERGEN)-, es vital que se incluya a los farmacéuticos comunitarios en los foros de Atención Primaria y se trabaje con protocolos comunes para lograr una gestión clínica integrada del medicamento en el Sistema Nacional de Salud.
“Es vital que se incluya a los farmacéuticos comunitarios en los foros de Atención Primaria y se trabaje con protocolos comunes”
La atención primaria y comunitaria es la base del sistema sanitario, y es imposible concebir un abordaje integral del paciente crónico sin una red de centros de primaria y farmacias comunitarias fuerte y sostenible. El sistema de salud ha de virar el foco hacia pacientes con enfermedades crónicas, muchas veces polimedicados y con problemas de adherencia terapéutica porque no siguen adecuadamente sus tratamientos y no se les permite acceder a algunos de los medicamentos que más necesitan en su centro sanitario más próximo: la farmacia comunitaria. Y se ha de hacer con carácter inmediato, puesto que las enfermedades crónicas suponen el 80 por ciento de las consultas en atención primaria y el 80 por ciento del gasto sanitario. Un problema que puede agravarse aún más a corto plazo, en este incierto panorama en el que casi todos los profesionales y recursos se están empleando casi en exclusiva en contener la pandemia de COVID-19.
Es imprescindible que tanto médicos como farmacéuticos comunitarios hablemos el mismo lenguaje, trabajemos de forma estrecha en base a protocolos comunes y tengamos acceso a la parte básica del historial clínico del paciente. Los farmacéuticos comunitarios nos vemos obligados a realizar nuestra actividad asistencial sin tener toda la información necesaria, dándose la paradoja –ineficaz para el paciente y el SNS- de que veamos los medicamentos prescritos pero no conozcamos los diagnósticos.
“Es imprescindible que tanto médicos como farmacéuticos comunitarios hablemos
el mismo lenguaje”
Por desgracia, los pacientes crónicos han sido los grandes olvidados en esta crisis sanitaria que nos asola; una crisis que ha puesto de manifiesto la necesidad de la revisión del uso de la medicación y seguimiento farmacoterapéutico, así como facilitar el acceso a tratamientos a pacientes con enfermedades crónicas, ya sea mediante la dispensación en farmacias comunitarias de medicamentos de diagnóstico hospitalario o mediante una atención farmacéutica domiciliaria regida por protocolos claros y coordinada entre diferentes profesionales sanitarios. Es de justicia reivindicar la atención clínica que los farmacéuticos comunitarios prestan habitualmente a la población, pero aún más destacada si cabe en estos meses en los que muchos pacientes crónicos han visto limitada su atención por el colapso de los centros de salud y los hospitales. Si quieren contribuir a la sostenibilidad del SNS, las administraciones no pueden permitirse desaprovechar el caudal de conocimientos y arsenal terapéutico de la farmacia comunitaria.