La Comisión Europea insiste en la necesidad de cambiar el foco y dirigirlo a la prevención y a los determinantes sociales de la salud ante el estancamiento del porcentaje de inversión en la UE.
Redacción
El proverbio que dice que más vale prevenir es particularmente cierto cuando no se extrapola a ninguna situación, sino que se utiliza, literalmente, en relación a la salud. La prevención es una política esencial para reducir la carga atribuible a las enfermedades, ya sean transmisibles o no comunicables. Ofrece un gran retorno en la factura sanitaria, ya sea gracias al ahorro en tratamientos, o gracias a mejores resultados en salud, mayor productividad y mayor empleabilidad. Pero, pese a todo ello, la parte de los presupuestos sanitarios que se dedica a la prevención sigue siendo mínima. Es más, la cifra parece haberse estancado en Europa. Ya en 2014, Tonio Borg, por entonces comisario europeo de Salud, alertaba de que sólo 3 por ciento del presupuesto sanitario de los Estados miembro se dedica a prevención. Cuatro años después, el informe El Estado de la Salud en la UE sigue reflejando exactamente la misma cuantía.
Esta inmovilidad presupuestaria contrasta con el indiscutible apoyo que sobre el papel existe en relación a la idea de que invertir en prevención y promoción de la salud es coste-efectivo. La OMS ha presentado múltiples trabajos que calculan el ahorro imputable a medidas concretas. Gracias a ellos, se sabe, por ejemplo, que subir el precio de los cigarrillos una media de 5,50 dólares podría ahorrar cientos de miles de vidas anuales en la UE o que limitar la exposición de los niños a publicidad de alimentos ricos en sal, azúcar y grasas permitiría ganar más de 10.000 años de vida saludable cada año en Europa occidental. Además, en Noruega, un estudio estimó que se podrían ahorrar 188 millones de dólares en 25 años, mediante una estrategia para reducir las enfermedades cardiacas basada en la disminución de la ingesta de sal; en Canadá, otro estimó que los gastos sanitarios directos podrían reducirse en 150 millones de dólares anuales reduciendo en un 10 por ciento la prevalencia de la inactividad física…
Esta inmovilidad presupuestaria contrasta con el indiscutible apoyo que sobre el papel existe en relación a la idea de que invertir en prevención y promoción de la salud es coste-efectivo
Las enfermedades no transmisibles representan la mayor parte del dinero gastado por los sistemas sanitarios, y muchas comparten los mismos factores de riesgo conductuales, como el tabaquismo, el consumo de alcohol, las dietas poco saludables y la inactividad física. Y a pesar de que la teoría está tan clara, a la Unión Europea en general no le está yendo bien en lo que respecta a estos factores de riesgo. Casi uno de cada cinco adolescentes de 15 años es obeso o tiene sobrepeso y Europa es la región del mundo con mayor consumo de alcohol. Según las estimaciones que reporta cada uno de los perfiles nacionales incluidos en el informe El Estado de la Salud en la UE, el 30 por ciento de la carga total de la enfermedad en la UE se puede atribuir a estos factores de riesgo. De hecho, sólo por los riesgos dietéticos, los ciudadanos de la UE pierden colectivamente casi 15 millones de años de vida cada año.
De la reflexión a la acción
Guiada por los Objetivos de Desarrollo Sostenible de las Naciones Unidas para el año 2030 para reducir en un tercio la mortalidad prematura achacable a las enfermedades no comunicables, la Comisión Europea está trabajando estrechamente con los estados miembro para enfocar de manera más proactiva las políticas en la prevención. Ello requerirá, en primer lugar, trasladar el foco desde la enfermedad y la cura hacia la prevención, especialmente a medida que la población envejece. Este cambio es una de las opciones políticas en las que se trabaja con más fuerza para reforzar la sostenibilidad fiscal y el coste-efectividad de los sistemas sanitarios. En el Semestre Europeo ha sido seleccionada como un reto incontestable, que también se ha hecho un hueco en las evaluaciones nacionales de 2017 para al menos 11 estados miembros: Austria, Chipre, Francia, Croacia, Hungría, Irlanda, Lituania, Letonia, Polonia, Portugal y Rumanía.
Pero más allá del cambio en los sistemas nacionales, el reto en el marco europeo es iniciar una verdadera colaboración en este campo. La Comisión Europea contempla un amplio rango de acciones de apoyo. Gracias a ellas, países como Bélgica, Dinamarca, Finlandia, Francia, Hungría, Letonia, Reino Unido y Malta han introducido impuestos sobre el azúcar y/o sobre las bebidas azucaradas y otros están considerando hacerlo. La Estrategia sobre Nutrición y Sobrepeso, a su vez, permitirá a los estados avanzar en mejoras en el etiquetado o en la reducción de la comercialización agresiva de alimentos ricos en grasas, sal y azúcar. Y se espera que la nueva Directiva sobre productos del tabaco reduzca las tasas del tabaquismo en un 2 por ciento —unos 2,4 millones de fumadores menos— para 2020.
La Estrategia sobre Nutrición y Sobrepeso, a su vez, permitirá a los estados avanzar en mejoras en el etiquetado o en la reducción de la comercialización agresiva de alimentos ricos en grasas, sal y azúcar
Más allá, la Comisión basa sus esperanzas en el trabajo transfronterizo. Para favorecer el intercambio de buenas prácticas, en 2016 se creó un grupo director sobre promoción de la salud, prevención de enfermedades y gestión de las enfermedades no transmisibles, cuyo mandato finaliza en 2020. Como parte del proceso puesto en marcha hasta entonces, la Comisión presenta a este grupo políticas y planteamientos de eficacia demostrada, seleccionados conforme a las prioridades nacionales y de la UE y basadas en criterios consensuados. Los países de la UE indican cuáles de ellos están interesados en llevar a la práctica o en desarrollar y la Comisión determina las mejores opciones para apoyar la aplicación de estas políticas, utilizando los instrumentos a su alcance.
Las desigualdades sociales
Pero ningún debate que gire en torno a la prevención es completo sin una buena comprensión de su intrincada relación con las desigualdades sociales que se producen como consecuencia de la situación en las que viven las personas, de su estado laboral o de sus estilos de vida. La esperanza de vida en los Estados miembros de la Unión Europea ha aumentado en más de seis años desde 1990, pasando de 74,2 años a 80,9 años en 2014. Sin embargo, dicho incremento no se ha producido por igual en todos los grupos de población: persisten grandes desigualdades, a través y dentro de los países. “Se pueden observar importantes disparidades entre los grupos de población en la mayoría, si no en todos, los Estados miembro”, declara el informe El Estado de la Salud en la UE.
Estas desigualdades actúan a la contra, en primer lugar, de la prevención primaria. La pobreza, el desempleo y la privación material son los principales factores de riesgo para la salud mental y física. Contribuyen a una salud más pobre y a un inicio más temprano y un mayor número de condiciones crónicas. Investigaciones recientes incluso señalan que un bajo nivel socioeconómico es el tercer factor más importante asociado al aumento de la mortalidad, por detrás del tabaquismo y de la inactividad física. Los europeos con ingresos más bajos generalmente tienen menos probabilidades de obtener los 150 minutos recomendados de actividad física por semana. Frente a esta realidad, países como Dinamarca o Suecia demuestran que el ejercicio regular puede ser común en todos los grupos de ingresos. Otro ejemplo es el tabaco; el Eurobarómetro ha mostrado tasas de tabaquismo particularmente altas entre los desempleados (46 por ciento) y entre aquellos con dificultades frecuentes para pagar las facturas (43 por ciento).
Investigaciones recientes incluso señalan que un bajo nivel socioeconómico es el tercer factor más importante asociado al aumento de la mortalidad, por detrás del tabaquismo y de la inactividad física
Cuando se trata de prevención secundaria, hay programas de detección —como los del cáncer de mama—, que están establecidos como una herramienta de salud pública efectiva y eficiente. Sin embargo, una vez más, las diferencias son importantes, no solo entre los Estados miembro, sino también entre los grupos sociales. El Estado de la Salud en la UE apunta a una desigualdad basada en la educación del 6 por ciento en toda la Unión Europea y de más de 20 puntos porcentuales en Bulgaria, Polonia, Hungría, Grecia, Chipre y la República Checa.
Al igual que ocurre con los factores de riesgo, existe evidencia más que suficiente sobre el coste-efectividad de hacer frente a las desigualdades en salud, una realidad que, según un estudio de 2011, genera pérdidas equivalentes al 20 por ciento de los costes totales de la atención sanitaria y al 15 por ciento de los costes totales de las prestaciones de la seguridad social.
La Comisión Europea reconoce que los sistemas de salud no pueden, por sí solos, superar este desafío. La salud en todas las políticas requiere que los sistemas de salud establezcan una colaboración multisectorial con otros campos de políticas, a fin de dar forma a los determinantes sociales de la salud. Entre los objetivos para la colaboración multisectorial se encuentran la educación y la capacitación (por ejemplo, educación sanitaria); las políticas del mercado laboral (entornos de trabajo saludables, por ejemplo) o políticas alimentarias (reformulación de alimentos)