“Mientras que Francia ha dedicado 120 millones de euros a la promoción de ensayos clínicos independientes en los últimos años, España ha invertido 400 veces menos”

La opinión del doctor Xosé R. Bustelo, presidente de la Asociación Española de Investigación sobre el Cáncer (ASEICA)

 La Asociación Española de Investigación sobre el Cáncer (ASEICA) y la Sociedad Española de Oncología Médica (SEOM) hemos dedicado este año el Día de Innovación en Cáncer a la importancia que tienen las actividades de transferencia derivadas de los laboratorios tanto básicos como clínicos para avanzar en la mejora de la supervivencia y la calidad de vida de los pacientes. El reto que tenemos ante nosotros es complicado pero alcanzable: pasar en la próxima década de las tasas de curación del 55 por ciento actuales a niveles que superen el ‘Tourmalet’ del 70 por ciento.

La investigación más básica o preclínica puede contribuir a la transferencia y optimización de ensayos clínicos a través de varias vías. La más obvia y conocida es la de contribuir a la identificación y posterior validación preclínica de nuevas dianas terapéuticas, el desarrollo de inhibidores contra estas y, también, la de determinar los posibles efectos colaterales y mecanismos de resistencia que se deriven de su uso a través del uso de diversos modelos animales.

Sin embargo, la investigación básica también es importante para mejorar el diseño y tipo de información que se podría obtener de los propios ensayos clínicos, sobre todo en lo que concierne a la determinación de los mejores protocolos clínicos de administración de los fármacos, la identificación de los grupos de pacientes que responderá de forma óptima a los mismos y la caracterización de las bases genéticas y epigenéticas que están detrás de los fenómenos de susceptibilidad y desarrollo de resistencia a dichas terapias.

Todos estos estudios, asociados habitualmente a largos tiempos de ejecución experimental, podrían abreviarse en un futuro próximo muy significativamente a través de una mayor inversión en innovación. Por ejemplo, el desarrollo de la genómica del cáncer y de análisis de “Big-Data” nos permitirán identificar cada más rápidamente las dianas (o combinaciones de dianas) terapéuticas potencialmente más interesantes así como predecir qué fenómenos de resistencia serán los más probables en respuesta a dichos tratamientos. Estos tiempos también se podrían acortar muy significativamente a través del desarrollo de nuevos métodos de “screening” de nuevos fármacos, la modelización molecular de su interacción con las dianas a nivel estructural y la optimización química posterior de los inhibidores obtenidos de estos “screenings”.

“Todos estos estudios, asociados habitualmente a largos tiempos de ejecución experimental, podrían abreviarse en un futuro próximo muy significativamente a través de una mayor inversión en innovación”

No nos tenemos que olvidar, sin embargo, que los laboratorios de investigación preclínica pueden ser también agentes proactivos que pueden contribuir a la innovación y la transferencia de resultados a la clínica través de la generación de “start-ups”.

Dicho lo anterior, ¿Cuál es el estado de la innovación en nuestro país? Pues, como en casi todo lo que atañe a nuestro sistema de I+D+i, tiene sus zonas de luz y de sombra tal y como ha revelado el primer Informe sobre la Investigación en Cáncer en España que ha sido realizado recientemente por la ASEICA en colaboración con la Asociación Española contra el Cáncer (AECC) y la Fundación La Caixa.

El aspecto quizá más positivo de nuestro sistema de I+D+i es el capital humano: nuestro país posee un gran número de grupos de investigación competitivos a nivel internacional que, además, son capaces de atraer fondos privados e internacionales y que muestran una muy buena actividad en la formación de nuevas generaciones de científicos y tecnólogos. Otros aspecto positivo es que estos grupos están trabajando en una gran variedad de modelos de cáncer y vías con potencial interés terapéutico y que existen entidades que, como el CIBERONC, permiten la realización de iniciativas cooperativas entre investigadores básicos y clínicos. Tenemos también un buen ecosistema científico compuesto por centros de investigación punteros y plataformas tecnológicas que ofrecen un cauce adecuado para el desarrollo de este tipo de trabajos. Quizá, en este aspecto, solo se echa en falta el desarrollo de un tejido industrial adecuado que permita una fácil traslación de estos esfuerzos investigadores a la empresa.

Otro aspecto positivo es que existe una conciencia social muy consolidada sobre la importancia que la investigación tiene para mejorar la vida de los pacientes. Esto se demuestra de forma rutinaria en todas las encuestas que se realizan en España y, de forma más práctica, por el gran incremento que se ha producido en la financiación de proyectos de investigación a través de sociedades de pacientes. Es digno de mencionar, por ejemplo, que la AECC dedica en estos momentos más dinero a investigación relacionada con el cáncer que todo el Programa Nacional del Ministerio de Ciencia, Innovación y Universidades. También lo es que, en esta última década, la financiación procedente de organizaciones sin ánimo de lucro ha crecido casi un 350 por ciento en nuestro país.

“La AECC dedica en estos momentos más dinero a investigación relacionada con el cáncer que todo el Programa Nacional del Ministerio de Ciencia, Innovación y Universidades”

Nuestro sistema tiene, sin embargo, múltiples deficiencias. Una de ellas es la baja producción de patentes. Por ejemplo, en estos últimos diez años, las patentes generadas por los grupos de investigación españoles en el área de cáncer han sido 3 veces menos que las realizadas por los investigadores franceses, 5 veces menos que las registradas por grupos de investigación alemanes, británicos y neerlandeses, y 7 veces inferiores a las generadas por investigadores estadounidenses. Este problema, a nuestro entender, se podría solventar, al menos parcialmente, con una mejor inversión y profesionalización de las oficinas de transferencia tecnológicas de universidades, centros de investigación e institutos sanitarios.

Otro problema de nuestro sistema de I+D+i es que la generación de start-ups en el ámbito biomédico está muy por debajo de la media europea. Tal y como pone de manifiesto un artículo publicado el mes de abril en Nature Biotechnology, en Europa se ha creado aproximadamente 400 start-ups relacionadas con biomedicina durante el periodo 2013-2017 en los 16 países principales de la Unión Europea. Cuando se normaliza por población, los países punteros en este ámbito son Suiza, Dinamarca, Irlanda, Reino Unido y Suecia. Por el contrario, España se sitúa en las últimas posiciones, solo por delante de Noruega, Italia y Polonia.

Este problema tiene un común denominador: la falta de una financiación adecuada del sistema de I+D+i de nuestro país que, a su vez, influye en la productividad científica, generación de nuevo conocimiento y petición de patentes. Es sintomático que los países más productivos en términos de generación de start-ups son aquellos que dedican una inversión cercanas o superiores al 3 por ciento de su PIB a sus sistemas de I+D+i (España dedica un 1.2 por ciento). Junto a este bajo porcentaje de inversión, nuestro sistema adolece de retrasos habituales en las convocatorias de proyectos de investigación y un aumento alarmante de la burocracia asociada a la gestión de los proyectos una vez que son concedidos. Esta situación, que fue denunciada hace escasas semanas en el Manifiesto por la Ciencia impulsado por ASEICA, hace que la investigación y la innovación viaje con ruedas de piedra en nuestro país.

“Nuestro sistema adolece de retrasos habituales en las convocatorias de proyectos de investigación y un aumento alarmante de la burocracia asociada a la gestión de los proyectos una vez que son concedidos”

Otro déficit es que, aunque se participa en un número muy elevado de ensayos clínicos, el grado de liderazgo en los mismos es bastante bajo (alrededor del 20 por ciento de los casos). También llama la atención que el gran porcentaje de los ensayos que se realizan (aproximadamente el 80 por ciento del total) están asociados con la industria biofarmacéutica. Esto contrasta con la situación de otros países, en donde hay un porcentaje mucho mayor de ensayos clínicos iniciados y dirigidos por investigadores. Entre estos países destacan Francia, Países Bajos y el Reino Unido, donde el porcentaje de ensayos iniciados por investigadores están próximos al 51 por ciento, 44 por ciento y 35 por ciento, respectivamente.

Esta situación se asocia, nuevamente, con la falta de financiación pública del sistema de ciencia español en oncología. Como muestra un botón: mientras que Francia ha dedicado 120 millones de euros durante el periodo 2012-2017 a la promoción de ensayos clínicos independientes, sustentados con programas de obtención de financiación pública de concurrencia competitiva, España ha invertido durante el mismo periodo 400 veces menos (300.000 euros). Para solventar este déficit, es importante establecer instrumentos de financiación de ensayos clínicos promovidos por actores locales, apoyando oficinas, iniciativas y redes de colaboración público-privada en el ecosistema. En resumen, podríamos decir como diagnóstico que nuestro sistema de I+D+i está aquejado del síndrome de Fernando Alonso: buenos pilotos investigadores que cada vez son menos competitivos debido a una inversión deficiente en el chasis y motor del coche que tienen que conducir.