La opinión de José Antonio Sacristán, director médico de Lilly España y de la Fundación Lilly
A pesar de su enorme impacto sanitario y económico, la falta de adherencia terapéutica es un problema que parece no tener solución. La preocupación por el tema resurge, como una moda, cada cierto tiempo. Cuando así ocurre, los medios vuelven a hacerse eco de su importancia, vuelven a presentarse ambiciosas estrategias, que raramente se llevan a la práctica, y se repiten los viejos tópicos conocidos por todos. Por ello, el trabajo del Observatorio de Adherencia al Tratamiento, que contribuye a la investigación, la formación y a mantener viva la llama de un tema tan relevante para la sanidad, es más que bienvenido.
Ha llegado el momento de coger al toro por los cuernos, de hacer cosas diferentes. Porque seguir midiendo la falta de adherencia no nos aportará nada que no sepamos ya. Porque seguir discutiendo sobre cuáles son los términos más adecuados para denominarlo, no hará que el problema cambie. Y porque seguir estudiando cuáles son los factores que explican la falta de adherencia e insistiendo en que la solución pasa por poner en marcha estrategias combinadas, con un enfoque multidisciplinar, sirve de bien poco.
¿Estamos, entonces, ante un problema irresoluble ante el que debemos resignarnos? Evidentemente, no. Es preciso abordar de una vez por todas la raíz del problema. O mejor aún, las raíces. Y hay tres áreas de actuación que, bajo mi punto de vista, son esenciales. En primer lugar, la educación médica. Es improbable que la falta de adherencia mejore si el tema no se incluye en los programas de formación, si no se educa a los profesionales sanitarios sobre su trascendencia, si no se cambia esa mentalidad paternalista que sigue asumiendo que la culpa es de los pacientes, y si no se convence a los estudiantes de que un determinado esfuerzo para incrementar la adherencia terapéutica producirá mejores resultados sanitarios para los pacientes que ese mismo esfuerzo dedicado a lograr la máxima precisión diagnóstica y terapéutica.
“Es improbable que la falta de adherencia mejore si el tema no se incluye en los programas de formación”
La segunda medida está relacionada con la gestión sanitaria. Hablar con los pacientes sobre la adherencia requiere dedicar un tiempo del que habitualmente no se dispone. Pero la falta de tiempo no justifica la falta de acción. De nuevo, se trata de establecer prioridades. Los profesionales sanitarios (médicos, farmacéuticos y enfermería) deben dedicar más tiempo a aquellas actividades que aportan más valor al sistema, y si es preciso contratar más profesionales, habrá que hacerlo. Porque el tiempo y los recursos dedicados a mejorar la adherencia son excelentes inversiones, que contribuirían a disminuir el despilfarro que supone que, en el caso de enfermedades crónicas, más del 50% de los pacientes, no tomen adecuadamente los medicamentos.
En tercer lugar, es necesario mejorar el abordaje actual de la falta de adherencia. Si en terapéutica ya resulta obvio que no todos los pacientes visten “la misma talla”, lo mismo ocurre con las estrategias encaminadas a mejora de la adherencia. Necesariamente deben ser individualizadas. Hay que empezar identificando a los pacientes no adherentes, o los que presentan alto riesgo de no adherencia, analizando cuales son los factores que explican el problema en cada caso, y poner en marcha estrategias individualizadas, e integrarlas sistemáticamente en la práctica clínica diaria.
Si no hay cambios radicales en la forma de afrontar el problema de la falta de adherencia terapéutica, ya sabemos cuál será el resultado. Ha llegado el momento de hacer cosas diferentes. Actuar sobre la educación médica, sobre la gestión sanitaria y adoptar estrategias de mejora individualizadas requiere un enorme esfuerzo, un esfuerzo que puede tardar en dar sus frutos. Pero es hora de ponerse en marcha. De lo contrario, dentro de diez años, seguiremos estando como hoy, que es como estábamos hace treinta años.