La opinión de Raúl Vaca Bermejo, Coordinador técnico de Fundación Edad&Vida, y Amapola Carballido de Miguel, Gerente de Fundación Tecnología y Salud
Hoy en día, cuando ya han pasado dos decenios del siglo XXI, a nadie le sorprende que se hable del envejecimiento de la sociedad o del aumento de la longevidad humana. A lo largo del siglo XX se produjo unos de los mayores logros de nuestra especie, que no es otro que el aumento de la esperanza de la vida de los individuos.
Lo realmente positivo de este hito son las condiciones que acompañan a la longevidad de las personas. En términos de salud, se ha conseguido retrasar la aparición de problemas de salud graves y limitantes, en cuanto a independencia y autonomía. Es cierto que esto se ha conseguido al cronificar ciertas enfermedades y patologías que hace únicamente unas décadas eran mortales. Por otro lado, las personas que envejecen hoy piden tener un papel central en la toma de decisiones sobre aspectos que les incumban directamente. Dicho de otro modo, se han empoderado y exigen que se respeten sus decisiones y preferencias, quieren ser protagonistas de su vida. Además, se puede observar un aumento importante en el número de personas mayores que viven solas y de forma independiente con respecto a sus hijos.
“Las personas que envejecen hoy piden tener un papel central en la toma de decisiones sobre aspectos que les incumban directamente”
Todos estos factores unidos dan lugar un cambio en el perfil tradicional de persona que envejece.
Actualmente, se reconoce ampliamente que existen múltiples dimensiones (estado físico o de salud clínica, el estado psicológico y emocional, el estado social e interrelacional, la espiritualidad, el contexto físico y económico en el que una persona vive, etc.) que determinan el bienestar y la calidad de vida de una persona. Estas dimensiones son interdependientes las unas de las otras. Se crea, así, un entramado complejo de necesidades determinadas por la situación concreta de un individuo en un contexto físico, o ambiente en el que vive, que deberán ser satisfechas para optimizar sus niveles de bienestar.
En este contexto complejo y dinámico es donde la tecnología, junto a los avances en diferentes campos, tienen un papel central. Hablamos de sus usos para la prevención en salud; de la vigilancia, monitorización y seguimiento de los indicadores de emergencia; de la intervención precoz y el manejo de las patologías crónicas; de la promoción de hábitos saludables y la formación en salud; de la reducción del aislamiento social; o de compartir aquellos datos relevantes de una persona para poder mejorar su proceso de atención.
La tecnología permitirá adaptar y mejorar el entorno físico de la persona. Además, ayudará a reducir el posible desequilibrio que pueda existir entre sus necesidades, sus preferencias y deseos, y el entorno físico en el que vive. Así, se facilitará el empoderamiento de la persona en cuestiones de salud, a la vez que fomentamos su independencia física y autonomía decisoria.
“[La tecnología] ayudará a reducir el posible desequilibrio que pueda existir entre sus necesidades, sus preferencias y deseos, y el entorno físico en el que vive”
La tecnología nos brinda la oportunidad de proveer una atención integrada que responda a las necesidades integrales de las personas en su propio domicilio en consonancia con proyecto vital. Todo ello redundará en la mejora del bienestar y calidad de vida la persona, a la vez que se optimizan los costes de los cuidados especializados contribuyendo a la sostenibilidad del sistema.